La cripta del templo parroquial: Hallazgo insólito en su interior

Ya hacía más de un año que no subía ningún tipo de contenido a este blog, la verdad es que los temas personales y laborales no me han facilitado del tiempo que necesito para poder elaborar un artículo a la altura de la que os merecéis. Sin ninguna duda el tema que vamos a tratar lo supera con creces y viene que ni pintado para la época en la que estamos. En concreto -ya os he hecho spoiler en el título-, el asunto que vamos a tratar es la constatación de una cripta en la Iglesia San Antonio Abad de Pruna gracias al testimonio vivo de un vecino que mas adelante paso a transcribiros.

Para los más jóvenes, o los desconocedores de la historia de nuestra parroquia, he de deciros que podemos asegurar con certeza que tiene casi unos 500 años de antigüedad. Este dato lo digo porque muchos de los vecinos de Pruna -al igual que el que escribe estas líneas- os habéis preguntado en estos últimos meses sobre la historia de nuestro templo, debido a que un día del caluroso agosto que hemos pasado nos levantamos con la estampa de nuestra iglesia como la de un queso gruyer o, quizás, os lo habéis cuestionado al ver las pinturas que se han descubierto encima del retablo de la Virgen de los Dolores. Unas labores de investigación, que para mí -como podéis imaginar-, me fascinan y las veo ultra necesarias para el patrimonio histórico de nuestro pueblo. Además, os puedo adelantar en exclusiva que muy pronto tendremos una conferencia explicativa que resolverá todas nuestras incógnitas.

Siguiendo con el tema que nos atañe os voy a contar el relato de un niño de 11 o 12 años al cual le impactó tanto este episodio de su vida que su memoria no pasó inadvertida, ya que fotografió el momento con un nivel de detalle exquisito. Mi labor en este artículo, como el protagonista de nuestra historia dice, es de mecanógrafo y testigo de una intrigante y misteriosa historia de nuestro pueblo. No me olvido, de que una de las motivaciones de nuestro narrador -al que conoceréis sin duda por su maravillosa y particular prosa- para realizar este escrito es el homenaje a otro protagonista de nuestro relato y vecino de nuestro pueblo.

Sin más dilación, y con vuestro permiso, os transporto a la Pruna de los años 40:

Buena parte de las nuevas generaciones, no tienen ni idea de la existencia de una cripta en nuestro templo. Está ubicada justo debajo de su magnífica cúpula del crucero –ese tesoro escultórico pruneño- del que ya hemos hablado en otras ocasiones.

Los que traspusimos la respetable barrera del medio siglo, que yo ya ni me acuerdo de cuando fue -es decir, los mayores- recordamos que en dicho lugar había una gran losa cuadrada que cubría su entrada. Era del mismo material de la solería antigua, una especie de piedra marmórea, y me aseguraron que se extrajo de canteras de nuestro término, sitas en la zona de «Sierra Blanquilla». La pieza, que pesaría lo suyo, llevaba cuatro argollas fuertes colocadas estratégicamente para poder manejarla y labradas en ellas las siglas R.I.P.A. con la cruz ritual correspondiente.


Siempre la conocí cerrada y precintada a cal y canto, bien, mira por donde en la segunda mitad de la década de los cuarenta, un grupo de jóvenes estudiantes de Pruna, no sé si dirigidos por alguna institución competente, por personal técnico, o simplemente por su cuenta (me inclino por esta última opción), obtuvieron del párroco don Pedro Albarrán el permiso requerido para abrirla y lo hicieron.
Además, tuvieron que romper la tapa (tal era su sella dura).

Mi oficio de monaguillo “del que vivía a la sazón” no pudo surtirle mejor efecto a mi curiosidad, ya que me “empapé” de todo. El habitáculo al que ascendimos mediante una escalerita portátil que colocaron en el espacio abierto por una de las esquinas, es cuadrado y aproximadamente de algo más de tres metros de lado, el techo igual y de altura sobre dos metros, ya que los adultos cabían de pie sin dificultad.


Colocados dentro y mirando al frente hacia el altar mayor en sus paredes a derecha, izquierda y fondo, hay nichos mortuorios en las tres. Con sus respectivas inscripciones (sus epitafios), que, por los nervios, no pude leer más que algunos trozos y no recuerdo ningún nombre en concreto de aquellas lápidas. No se le puede pedir más a un «zagalete» de 11 o 12 años que sin dque, estaría “asustaillo”, por muy sabueso que me confiese. Lógicamente podían pertenecer a sacerdotes que habían ejercido como párrocos de San Antonio Abad hasta su muerte, a personas muy relevantes del pueblo, que pudieran ser sus propietarios y adjudicatarios o bien a bienhechores de la parroquia, etc.

Esta hipótesis siempre me hacía pensar que una de aquellas sepulturas pudiera pertenecer a Don Juan Agustín Romero, tras su tan brillante gestión como párroco durante 32 años (1775-1807) que hasta mi llegaron las “postas”. Hoy está confirmado, que sus restos mortales yacen allí. Esto lo podemos constatar gracias a mi amigo Eladio García Álvarez, de notable habilidad en el manejo del archivo parroquial, ya que encontró, tras una laboriosa búsqueda, su partida de defunción, que sin lugar a dudas, allí lo sitúa.

De este ilustre señor, sí que sabemos fehacientemente que fue un gran sacerdote de muy sólida formación cultural, en el que concurrieron particularidades notables, como su destacado talento y su hábil pluma, reconocidos por un pilar de la lengua castellana, por don José Blanco White, en su carta relativa a Pruna de la popular colección epistolar que se publicó hacia finales del siglo XVIII y se reeditó varias veces con el título de Cartas de España. Blanco White visitó Pruna de la manera más casual, por mor de una tormenta atroz que le pilló a él y a su séquito cuando viajaban de Osuna a Ronda -quizás recaudando material para sus cartas-, tuvieron que ampararse aquí por la tormenta y hospedarse en la casa rectoral, porque la posada estaba en condiciones inhóspitas (nunca mejor dicho). Por esta circunstancia aleatoria pudo conocer al párroco del que dijo entre otras cosas: que era un hombre joven, muy cortés, con aires de caballero y de una franqueza y un perceptible nivel cultural admirable.


Pues, volviendo a nuestra exploración del lugar, con notable curiosidad, como complemento anecdótico os diré que encontramos dentro un «vegetal”, una pequeña planta sin hojas y sin clorofila -naturalmente- cuyos tallos eran de color lechoso con aspecto como de gusanos, o más bien de lombrices blanquecinas, que llamó poderosamente nuestra atención. Por mi cuenta, llevé uno de aquellos tallitos a mis profesores, les pregunté y a grosso modo lo incluyeron sin ninguna convicción dentro de las denominadas talofitas, que suponen de un buen «cajón desastre”.

Pero miren por dónde, pasó mucho tiempo, quizás para contractarlo o más bien para informarme de buena tinta, como requería la cuestión, me puse en contacto con el joven biólogo, Juan Luis García Castaño, que en paz descanse, hijo de pruneños, Juan García Barroso y Elisa Castaño López –él también se sentía de los nuestros y me dijo que la fan número uno de sus logros académicos era su hermana María del Carmen, también de corte pruneño-.


El muchacho era toda una promesa entonces y no mucho tiempo después fue una realidad confirmada, en tan apasionante ciencia –cual es la bilogía-, ya que ejerció como profesor por oposición en la facultad de ciencias de Sevilla. Él fue quien con una amabilidad más allá de lo que podáis imaginar y una disposición ejemplar de colaboración se tomó todo el interés en su consulta e investigó a conciencia y llegó a la conclusión. Por similitud expresa con otros casos estudiados a lo largo de su experiencia que era posible que el al parecer tan insólito fenómeno no lo era tanto. Me dijo que podría -con bastante dosis de seguridad- tratarse de el turión, vástago tierno de una planta perenne que algunos casos se conserva en forma de tallito rudimentarios de poca o ninguna clorofila consecuencia de su desarrollo en criptas u otros lugares de similares características.


Él tenía la intención de haber organizado una conferencia sobre el tema a alto nivel con otro compañero de facultad en la casa de la cultura. Solo nos queda mandarle allí donde esté, por su puesto en un buen lugar que fue él que por su actitud mereció de por vida, nuestra sentida oración junto a nuestros fervientes recuerdos. Descansa en paz.


De nuevo en nuestro tema, comentaros que hubiera sido una buena ocasión aquella, de esas «pintan calvas», para haber hecho un estudio exhaustivo de todas estas particularidades que apunto, fue una pena, pues me da la impresión- y me atrevo a pensar que a vosotros también- que cuando la singular estancia se volvió a cerrar sin pena ni gloria, y lo que es peor cuando se colocó sobre ella la solería actual por los albores de los sesenta, la cripta quedó sellada a cal y canto. A saber, si por los siglos de los siglos.


Pero bueno, vamos a esperar, eso sí, cada cual, con sus circunstancias cronológicas, «sus edades”. Nunca se puede hablar del futuro de una manera rotunda, sería un disparate, en cualquier caso. Así que quién sabe…
Yo acabaré mi interesante relato con la expresión más genuina, a mi entender la que
corresponde: «Dios dirá».

Fdo.: José Zamudio

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